Don Carlo es como mi padre, gracias a él estoy aquí; cambió mi destino, sino hubiera terminado mis días encerrado en la cárcel. De pibe me la pasaba de pelea en pelea, tanto en la escuela —llegué hasta tercer grado— como en el barrio. Me rescató del internado de menores en el que estaba encerrado y me llevó a trabajar a su lado; Don Carlo me dio una razón para vivir. Le debo todo.
Muchos le temen, lo llaman el mafioso del barrio, y tienen razón. Se dedica a la venta de drogas, a la quiniela clandestina y es dueño de la mayoría de los bares y prostíbulos de la zona; tiene arreglos con la policía y con los ladrones, maneja los negocios sucios de gran parte de la ciudad. Lo he visto matar gente con sus propias manos, pues estuve a su lado en varios de esos momentos. En cierto punto, yo también le temo.