Saitani dice que los ha visto pero no le quiero creer. Ni hoy ni nunca. Ella dice que tienen forma de huevo pero que su textura es como la del hígado de una res y que son de color hierro. Palpitan en los lugares oscuros de cualquier casa, donde haya una tiniebla lo suficientemente densa para esconder su negro latir.
En su interior se incuban las sombras que se arrastrarán por el mundo cuando llegue el momento. Dice que, a punto de emerger, no romperán poco a poco el cascarón sino eclosionarán al mismo tiempo y en todo el mundo. Con deleite menciona que estallarán en un grito de tal fuerza que la trompeta celestial será acallada y el arcángel derribado.
Mientras tanto, los primeros huevos que ha puesto el infierno se abren ocasionalmente en un agónico silencio. De allí vienen las pesadillas, tuyas y mías. Los cascarones vacíos quedan sangrando un rato más. Luego se secan para volverse polvo y pelusa, esa que siempre aparece cuando barres debajo de un mueble. Especialmente la cama.